17 may 2009

Sophie Evans: La reina del porno

Sophie Evans es una gran estrella del cine para adultos. Pieza clave de un negocio global de 10.000 millones de euros. Ha rodado más de 200 películas. Una profesional que ama su trabajo. Y aspira a la normalidad.

La pornografía alberga dos misterios. Primero: ¿consumen los actores sustancias que prolonguen sus erecciones? Contesta uno de ellos: “La Viagra se ha extendido en el porno como la pólvora; ha sido nuestra revolución sexual. Pero ningún actor se lo reconocerá. Es su secreto mejor guardado”. Segundo: ¿alcanzan las actrices orgasmos durante los rodajes? Contesta una de ellas: “Esto es cine. Finges. Te pueden estar penetrando dos tíos y tú pensando en los guisantes de la cena. Nadie te lo va a confesar. Es como si le preguntas a la Princesa si disfruta con su profesión; aunque se aburra como una mona, no lo va a admitir; acabaría con la magia. Aquí lo mismo”. Esta respuesta no es de Sophie Evans. Tiene demasiado respeto hacia su oficio. Es una profesional. “Yo no finjo; actúo. Hago lo que me gusta y me gusta estar donde estoy. Intento sacar lo mejor de mí en cada escena erótica. He vivido dedicada al porno; lo he hecho de corazón. Hay chicas que lo hacen por temporadas; vienen y van; se sacan unos euros y luego dejan colgado al empresario. Yo no. Yo he vivido de esto y para esto”.

Sophie Evans es una estrella. Perfeccionista y exigente. Se cuida. Pasa controles de hepatitis, VIH y herpes genital. Es monógama. No fuma ni bebe ni se droga. Lleva una vida ordenada. Como una deportista de élite. Ha intervenido en 200 películas. Ha rodado en Los Ángeles y Budapest, las mecas del sector. A la orden de los más grandes directores del cine para adultos. Junto a los galanes del género. Ha protagonizado miles de escenas sexuales. Sin trampa ni cartón. Ni condón. Felaciones, sexo anal y vaginal; números lésbicos; dobles penetraciones. Su récord en pantalla ha sido mantener sexo con cinco hombres a la vez. “Fue muy bonito. Una sensación diferente. Era precioso ver a esos cinco chicos tan excitados conmigo. He hecho de todo en pantalla salvo cosas extremas; no me gusta que me aten; ni hago nada con animales ni lluvia dorada. Y prefiero la doble penetración al anal, me excita más y pagan mejor”.

Sophie Evans es la heroína del porno español. Y un referente mundial. La versión femenina de Nacho Vidal. Entra cada día en miles de hogares en todo el planeta a través de las ventanas del DVD, la televisión de pago, Internet y la telefonía móvil. Un negocio, la pornografía, que sólo en España factura 450 millones al año y da empleo a un centenar de actores y actrices y una veintena de directores a través de 178 empresas. Tiene seguidores desde Europa e India hasta Estados Unidos. Veneran cada centímetro de su cuerpo. Hace unas semanas, un joven se le acercó en Barcelona y le dijo: “Sophie, no sabes la de pajas que me he hecho contigo”. “Y no me pareció un insulto. Me pareció muy bonito. Me lo dijo con cariño. Mi trabajo es excitar a gente como el de un cómico hacer reír. Puro espectáculo”.

–¿Usted consume mucho porno?

–Me da corte. Como soy amiga de los protagonistas, no me excito viéndolos. No me pone. Son amigos. Y a lo mejor he cenado la noche anterior con ellos. Los veo y no se me ocurre pensar: “¡Qué bueno está este tío!”, sino “¡qué ilusión verlo!”. Además, cuando veo una peli estoy todo el tiempo pensando: “Esa penetración está mal hecha o no se ve bien o no me gusta el decorado”. Lo veo desde el punto de vista profesional y no disfruto.

–¿Y haciéndolo?


–A veces sí; depende del rodaje. Si es en un sitio íntimo; si estás relajada, cómoda; con un chico que lo hace bien y tienes un buen día, te puedes correr. Hombre, si tienes calor, la escena es larga y lo tienes que hacer en la playa y se te clava la arena, no disfrutas; todo es interpretación.


–¿Cuál es su secreto para calentar al público?

–Disfrutar con lo que haces. Y para que disfrutes, el actor te debe respetar y ser sensato. El actor tiene que tratarte con cariño. Es bueno hablar antes del rodaje de lo que te gusta y no te gusta. De las posturas. Para eso, Nacho Vidal es extraordinario. He trabajado con él en diez películas y es un amigo. Si existe ese feeling, sale una buena escena. Pero si el actor tiene reputación de tratar mal a las actrices o viene sucio, me niego a trabajar con él. Sophie Evans habla despacio con un curioso deje entre castizo, catalán y húngaro. Es educada. Flemática y modosa. De una timidez infantil. Alta, delgada, de constitución atlética, pecho perfecto y caderas amplias y ondulantes. De las pocas estrellas del porno que no han sucumbido a la silicona.

Un ejemplo de pornostar europea frente al californiano de adictas al bisturí. El aclarado pelo rubio recogido, boca grande, nariz de María Callas y unos bellísimos ojos verdes. Vaqueros ceñidos, mínimo top y botas de altísimos tacones. Maquillaje excesivo. Está recostada indolente en un sofá desventrado del camerino de la sala Bagdad, el templo barcelonés del sexo duro. A su lado, sus uniformes de trabajo envueltos con mimo en fundas de tela: “El vestuario es importantísimo; me gasto lo que haga falta; éste es el de policía con su porra y su gorra; éste, de colegiala; aquél, de enfermera hecho de látex, y el que más me gusta, el de ninfa con sus alitas”. El elegido para su primer número esta madrugada es el de corredora de fórmula 1: rosa chicle, ceñido como un guante y escotado hasta la cintura.

El espacio donde se cambian y descansan y aguardan turno para saltar al escenario las estrellas del Bagdad es una enorme, destartalada y mal ventilada sala a la que se accede por una estrecha escalera de caracol, con un largo mostrador abrasado por miles de cigarrillos, espejos enmarcados por bombillas fundidas, taquillas cuarteleras y sillones huérfanos. Llamar camerino a este rincón es un eufemismo. Huele a comida de varias nacionalidades consumida con cubiertos de plástico; algunos artistas dormitan, saben que su trabajo concluirá rayando el alba y conviene estar fresco para aguantar los tres pases. Chirrían en la radio ritmos latinos. Los profesionales del porno se cambian, desnudan y duchan ante los ojos de sus colegas. La piel es su mono de trabajo. Un semental del Este cruza la sala con cara de pocos amigos. Acaba de eyacular en el escenario y está enfadado con su pareja. Es mejor no cruzarse en su trayectoria. Tara, una transexual brasileña, balancea sus posaderas embutidas en un vestido rojo. Una stripper chilena chatea ausente con su portátil. Y la argentina Karyna Moure, abultados labios y pechos con implantes, se despoja de sus vaqueros y Converse de adolescente, se calza un tanga de lentejuelas y se transforma en la bomba sexual de la noche. Acaba de ser portada de Interviu. En la pared, un sobado pasquín advierte: “La entrada de todos los artistas es a las 22.45; si llegan más tarde, no trabajan”.


Las normas del Bagdad son estrictas. Hay que ser puntual; nada de drogas ni alcohol; ni hablar de prostituirse. Gobierna con mano de hierro Juani de Lucía. La matriarca del porno español. La emperatriz del Paralelo. Roza los 60 y recibe cordial y redicha en un despacho presidido por una caja fuerte y decorado con un mural de una sensual puesta de sol caribeña. Todo en ella es muy Miami Vice. El traje-pantalón blanco y las botas tejanas; el amplísimo escote y el Rolex de oro. Se las sabe todas. Es jefa, maestra, consejera sentimental y madre postiza de los actores y actrices del Bagdad. Cuida su salud y asuntos financieros. Les anima a ahorrar y estudiar. A ellas les enseña cómo se hace una felación; a ellos, a retrasar su eyaculación. Para ser un buen profesional del porno hay que ser un atleta. Olvidar el placer propio para brindárselo al público. “La relación sexual se tiene que ver; a la gente le gusta que la penetración se distinga; que la pareja no se acurruque en una posición cómoda. No quiere perderse nada. Y tiene que ser estético”, describe Sophie. “Hay que ser profesional y artista. Esto es un espectáculo, no Gran Hermano. Se trata de cubrir pista; de cambiar de postura aunque estés cómodo y cambiar suponga que puedas perder la erección. Al chico le gustaría eyacular dentro, pero no puede, no es bonito para el público. Se tiene que ver. Si hay conexión entre la pareja, el público lo percibe. Hay que ser artista.

(Fuente: EL PAÍS SEMANAL: Entrevista a Sophie Evans 08-09-2009)


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